"¡Buen viaje!", furon las últimas palabras de Adri, cuando me dejó en la terminal 4 de Barajas. ¡Qué irónico suena, ahora, que me repongo del peor viaje de mi vida!
Al principio mi mayor preocupación era poder pasar la guitarra como equipaje de mano en el avión. Después de facturar una maleta y una mochila, y ya sin más equipaje de mano que la guitarra, recorrí los no pocos metros hasta la puerta de embarque. Embarqué el segundo, y tras meter la guitarra sin ningún problema, en el avión, mi preocupación principal cambió. "Tengo una hora y 45 minutos para llegar desde el aeropuerto CDG hasta la estación de Montparnasse, donde cogeré el tren a Brest". Todo el mundo había embarcado ya, pero el avión no salía. La voz estridente del comandante informó que sufríamos 15 minutos de retraso.
Llegamos a CDG a las 17:35, y para variar, mis maletas fueron las últimas. con la bandolera colgada al cuello, la maleta colgada de un hombro, la mochila a la espalda, la guitarra en una mano, y el tabaco de Israel y una botella de brugal añejo en la otra, corrí veloz hacia la estación de tren del aeropuerto. fueron 10 minutos agotadores pero al fin llegué a la estación.
Toda la tecnología de éste país pionero se hacía añicos al descubrir que no había máquinas para recoger el billete de tren. Tuve que aguardar casi otros 10 minutos en la cola para comprarlo.
Antes de las 18:00 ya estaba en el tren, sudando como un pollo, y ocupando 3 asientos con mi equipaje. "Me queda poco más de una hora". 30 minutos es lo que tardó el tren en llevarme a la estación de Chatelet, donde habría de cambiarme a la red de metro. Me incorporo, tomo la maleta al hombro, me pongo la mochila, cojo la bolsa con el alcohol y el tabaco en una mano, y la guitarra en la otra. En cada cambio el mismo proceso.
Salí del vagón, buscando el cartel que me indicara la línea 4. ¡Vaya correspondencia! Eran las 18:34 y yo corría como podía. Ya empezaba a notar calambres en los brazos. Sudando como un pollo (otra vez) conseguí llegar al vagón de metro. Apenas había sitio, pero pude montar.18:40, y otra parada. 18:50, vamos, sólo queda una más. A las 18:55 llegué a la estación de Montparnasse. "10 minutos...". El tedioso proceso de colgarse el equipaje, y otra vez corrí y corrí hasta llegar a la parte de la estación de tren. Subí los 3 pisos que llevan al acceso a trenes de grandes líneas. A las 19:00 intentaba sacar el billete de la máquina (previamente pagado por internet) pero aquello no funcionaba. No me quedaba otra alternativa que ponerme a la cola.
Rogué en francés que me dejaran colarme, pero sólo avancé 3 puestos. A las 19:03 estaba en la taquilla. "Por favor señora, dese prisa, este es mi recibo y esta es mi tarjeta" (traducción de un sinfín de gestos y chapurreo en francés). La señora, ajena a mi problema se tomo toda la calma del mundo. Introducía datos, apretaba botones... Hasta que me dijo: "Lo siento señor, el tren ya ha salido". "¿Cómo?¿No salía a las 19:05?". "Sí, pero son las 19:06". Casi me deshago ahí mismo. Conseguí por 8 euros más un billete para el día siguiente a las 7:05 de la mañana. Me fui a sufrir mi desdicha a un banco. Se me ocurrió que debía hacer hueco en la mochila para meter la botella, que en la mano pesaba. Llamé a Emilio para informar a los de Brest que no me fueran a buscar a la estación de Brest a las 11, e intenté localizar a Mariale, que vivía en Paría, a ver si me acogía esa noche. Teléfono apagado.
Entonces apareció un mendigo pidiéndome dinero. Con cara de sufrir mucho le dije "Je ne parle pas français, no hablo francés". "¿Eres español?"."Mierda, me ha tocao el único mendigo francés que sabe español...".
A los 10 minutos el mendigo me intentaba consolar, y me ofreció su dormitorio para pasar la noche. Afortunadamente la policía apareció y se fue.
Volví a llamar a Mariale, y nada. Me pedí una cocacola. A la media hora me fui a estirar las piernas (con todo el equipaje, claro), y al rato regresé. Me estaba descolgando la maleta cuando apareció el mendigo. Otra vez. Le miré. Me descolgué una correa de la mochia. Antes de que pudiera reaccionar la otra correa se partió, y la mochila cayó contra el suelo, violentamente, en un crujir de cristales. ¡La botella!
[Fin de la primera parte. Mañana, os desvelaré el resto...]
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